Desgarrado, triste, avergonzado,
desamparado, asqueado, harto …
Os lo diré, una vez más, con palabras de
Miguel Labordeta, hoy, dos de octubre de 2017, a vosotros rajoyistas y
puigdemontistas.
Y con Goya, nosotros, a garrotazos,
mientras Saturno nos devora.
LLORO
PORQUE SÍ. Lloro porque puedo y porque soy hombre. Lloro por mí y por
cualquiera. Por nada y por todo. Por los que van a las oficinas con sus lomos
de perro. Por los que van a la guerra. Lloro por Dios, por la raza humana
perdida en las estrellas. Lloro por lo que pude ser, por lo que fui, por lo que
no seré nunca. Por los que no nacieron aún, por los vivos, por los muertos.
Lloro como un mendigo roto. Lloro por todo lo que ocultamos, tremendamente
precioso, mientras matamos esta fuga, duda brevísima, en engañar, en
ocultarnos, en chuparnos la calavera tras despreciados centavos, hasta que
aquel lírico secreto maravilloso se corrompe y se transforma en cáncer
apestoso. Lloro por mis enemigos, por las fuertes financieras y las pobrecitas
hormigas. Lloro por los que nunca tendrán una mano que les lave la frente con
su amor. Lloro por las noches de otoño, cuando un ataúd cruza los caminos. Por
los enamorados y por los ebrios de tristeza y por los triunfadores y por los
felices.
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