miércoles, 1 de mayo de 2019

Teruel. La muerte se sirve fría.



Antonio Rodríguez Pineda. Primero brigada en el ejército de la República, luego teniente juez instructor de la represión franquista.



     El cinco de mayo de 1939, año de la Victoria, como se repetía una y otra vez en tantos y tantos escritos, el Cabo del Batallón de Voluntarios de Teruel, llamado Jerónimo Herrero Carenas envió un escrito al Jefe de la Brigada de Investigación y Vigilancia de Teruel, luego recogido por el Comandante militar de la misma, Policarpo González Márquez, en el que decía que lo enviaba "para que la justicia obre con serenidad pero impecable para con quienes sin ningún motivo dieron muerte a nuestros seres más queridos". 
      Jerónimo Herrero Carenas era hijo de José Herrero Izquierdo quien había sido fusilado en aquella fatídica y trágica noche del siete al ocho de enero de 1938 en el lugar situado debajo del Viaducto conocido como el huerto Felipe El Correcher.
       José Herrero Izquierdo, a quien los turolenses conocían como "El Bolo", fue uno de los que no pudieron cruzar el río Turia en aquella noche gélida en la que huyeron de los reductos que quedaban en la Comandancia entregada por el Coronel Rey D´Harcourt, avalada por la Cruz Roja, los militares leales a la República y el propio gobierno.
 Quienes aceptaron la evacuación hacia Sarrión, Mora de Rubielos, Segorbe y después Valencia fueron conducidos con dignidad, según palabras del propio Obispo Polanco, hasta el Monasterio de san Miguel de los Reyes, habilitado como cárcel. 
      Algunos otros, temerosos por los actos de que eran responsables después del 18 de julio de 1936 y todo el año 1937, echaron a correr en la escapada por los alredeores de la Escalinata para vadear el río. Quienes consiguieron llegar a Santa Eulalia, arropados en Alhama y llevados a Zaragoza, recibieron sus condecoraciones al mérito militar un año más tarde. Los que quedaron ateridos de frío, fueron capturados y llevados al refugio de San Julián. Algunos de ellos fueron fusilados al día siguiente. 
   Entre ellos se encontraba el padre del denunciante, aquel a quien todos conocían como "El Bolo". Por eso, su hijo Jerónimo, soldado voluntario del ejército sublevado solicitaba a la Brigada de Investigación de Teruel la "gracia que no dudo alcanzar del recto proceder de esa Brigada cuya vida guarde Dios muchos años para bien de España".
     La breve redacción de la misiva no tiene desperdicio desde el estudio lingüístico, tanto en la selección léxica como en la estructura sintáctica. No faltan referencias, aun en tan breve escrito a "La Manchega", "El Picoto", "El Esquilador" "La Ojillos" y sobre todo "El Obispo", a quien en cientos de documentos posteriores citan como el responsable de todos los males habidos y por cometer, por haber sido "alcalde rojo de Teruel" tan sólo unos días.
    Esta denuncia sirvió de origen a toda una represión brutal, cruel, sangrienta y vengativa que llevó a torturas cometidas por los agentes de aquella Brigada social, auténtica Gestapo española, a las órdenes del teniente juez Antonio Rodríguez Pineda. 
       Docenas y docenas de gentes de Teruel, padres, hijos y hermanos que habían sido fusilados en aquellos años 1936 y 1937, además de torturados en calabozos de Valencia y Teruel,   fueron condenados a doce, quince, treinta años de prisión, penas de muerte y algunos fusilados años más tarde. 
      Y hasta en algún caso expedientados de nuevo, acusados de proferir "gritos subversivos" en la madrugada el 29 de mayo de 1943 cuando entraron en capilla en la cárcel de Torrero. Incluso se tomó declaración al Director de la cárcel de Torrero, al cura que ofició la misa cuando estaban "en capilla", a las dos docenas de policías armados que apretaron el gatillo fusilero en las tapias del cementerio, al sargento que los formó, al teniente que ordenó la matanza, a los cabos del piquete, a los cofrades de la Hermandad de la sangre que arrastraron los cuerpos sin vida al depósito, al capuchino barbado de los responsos y hasta al portero de aquel siniestro recinto. 
      Todo por si hubieran consentido algún grito proferido por los condenados en vez del chitón  y sanseacabó.

    Aquella madrugada dejaron su vida siete hombres y dos mujeres. Eso sí, cada grupo a su tiempo. Los siete hombres primero y las dos mujeres después. 
     Las misas en la capilla, los rezos de los teatinos y el transporte, los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres. Y el piquete fusilero, todos hombres, obligado a presenciar las dos tandas de la muerte.

      No, no invento nada. Son miles los documentos que se pueden consultar en los archivos que referencio en las copias que adjunto. 
         Es necesario que conozcamos la Historia.

         Tan sólo eso. Conocer la Historia.
       






Original en AJTZ.

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