Me levanto un tanto tontusco. Somníferos. Muchas horas en la cama. Ducha fuerte. Algo fría. Para espabilar. Café más fuerte aún. Pan empapado con tomate. Ojeada a las noticias con la computadora. La curva de esta corona virada sigue en flecha ascendenre. Friego los platos. Limpio la casa. Lecturas. A mano Javier Salinas y sus memorias, Soljenitsin. El Quijote siempre cerca. Documenros extraidos de los archivos. Anotaciones sobre los mismos. Quizás para el próximo libro. Momentos difíciles, trágicos, de los tiempos que señalan esos papeles. Peores que estos quizás. Guerras. Muertes. Referencias a la gripe de 1918. Me cuenta mi tío José, que hoy cumple noventa y un años, que tiene recuerdos de cuando le decían, siendo niño, que las gentes ponían una silla en la puerta de la casa para señalar que allí había un muerto. Y derecho al sumidero del cementerio.
Caminar entre los muebles de la casa. Pedalear con el aparato esquinado. Se me va el santo al cielo, distraido en la lectura. Pensamiento para todos y cada uno de los familiares más cercanos. Cada uno en su casa. Pienso en los nietos. En los hijos. En los más cercanos. En los más lejanos. En los negros y enlos blancos. En ocasiones siento miedo. Siempre preocupación. La esperanza de salir bien de todo esto. Que sea tan sólo un accidente. El batacazo enorme que nos hemos dado. Sin esperarlo. El tiempo detenido. Habrá que avivarlo.
Tenemos que ser más solidarios. No podemos seguir especulando con esos alquileres, con las ventas, con las hipotecas. Tratar de que las deudas no nos atrapen. ¿Qué harán esos que suben y bajan o lo que les da la gana con esos bienes especulativos de algo que llaman Bolsa, Ibex 35 o elevado a ene? No entiendo nada. Entiendo que la persona que viene durante unas horas a echar una mano en la limpieza de la casa no ha podido venir y que tiene que cobrar como si lo hubiera hecho. Un gobierno que parece está a la altura de las circunstancias. Seguro que los pimpollos que hacen carreras universitarias supersónicas y falsean sus cirrículos arquitectónicos seguirán llamando culo a las témporas. He dicho cirrículos, sí.
Me angustio con lo que pueda afectar al trabajo de mis gentes. Y con mis gentes a tantos y tantos más. Tengo suerte. Puedo quitar la hierba crecida estos días pasados de lluvia entre los rosales. La parra ha sido podada. El manzano tiene debilitadas las flores por el azote de la lluvia. Bien venida sea para tanta gente labriega. Pasa el camión de la basura. Hoy el trabajo es de héroes.
En el supermercado compra de lo indispensable. Para qué tanto papel para limpierse el culo si el idem, como decía mi abuela, no sabe leer. Comida frugal. Para qué más. No sabemos cuánto durará esto. Los nietos pequeños llevarán casi al desespero a sus padres. Ejercicio de pacencia. Temple y aguantar. Ellos a trabajar gracias a los teledinámico. Los más lejanos, allá por el Caribe, indefensos. Imposible el aislamiemto con sus condiciones. Comer será su prioridad. Si es que pueden. La negritud. Los refegiados sirios y de la diáspora de la desesperanza. La gente sin nada que acudía al comedor social donde serví tiempo atrás. Los sin techo.
Otra vez flexiones en la casa. Estiramientos. Música. Suenan los violines. El gregoriano me relaja. Libros. Lecturas. Sin ganas para enfadarme con los mequetrefes que escriben como imbéciles tal cual son. Mequetrefadas en la red cavernícola.
Ha pasado un día más. Aún la curva contagiosa es ascendente. Tenemos que aguantar. Esperar. Esto tiene que pasar. Pasará. Tomemos fuerzas para lanzar de nuevo el esfuerzo, el trabajo, la economía, la confinza, la solidaridad. Entre todos. Sin pimpolladas.
Hoy comienza la primavera. Llegará el verano.
No es un cuento de ficción, aunque la prosa sea exquisita. Es un relato del más puro hiperrealismo. Real y duro, como la vida misma. Una radiografía de estos momentos desbaratados que pone los pelos de punta.
ResponderEliminarComo siempre, Clemente, la literatura nos salva. Y ya es primavera. Un abrazo.