miércoles, 5 de junio de 2024

Mi Maestro de escuela. 3

 





                Mi Maestro de escuela. 3

 

     ... ... ...    Don Marcial me dijo que ahora se llamaba Jesús Buj, que no se lo dijera a nadie y que sólo si un día desaparecía que me pusiera en contacto con su familia de allí, en El Alcamín, y que les contara de su vida como Maestro en aquella escuela destartalada en la que poco a poco me fui recuperando y hasta encontré una novia con la que me casé.

         Mi hermano Dámaso había visto cómo se llevaban a nuestro padre en la madrugada aquella en que se encontraba en la casa del Marqués de la Florida, en la que servía como jornalero para todo. Ya no la volvió a ver nunca más.

         Por eso él, aquel mismo día se fue para Tortajada y Escorihuela y acabó metido en la compañía de Francisco Galán donde estuvo toda la guerra. No sé de cuántas barbaridades, de cuántas muertes, de cuántos asesinatos decían que había cometido mi hermano hasta que lo dejaron por muerto varias veces y lo tuvieron que ingresar en el manicomio porque decían que estaba loco. Loco lo dejaron, claro. Y bien loco con tantas patadas en sus partes y en los riñones destrozados que ya sólo meaba sangre. Y sin dientes en la boca y que si en el manicomio se pasaba los días en un rincón del patio con los brazos levantados formando una cruz que no le podían deshacer. Entonces entendí aquello de catatónico y también me tragué las palizas que me daban y de que iban a cortarnos los huevos para que nunca pudiéramos engendrar más hijos rojos.

         Como mi hermano no les contaba nada la emprendieron conmigo y luego en mi expediente se confundían las declaraciones que nos obligaron a firmar a uno y a otro. Mi hermano no llegó a salir del manicomio. Un día apareció ya muerto en el mismo patio al que lo sacaban de noche porque en aquel cuchitril que hacía de dormitorio chillaba y chillaba con sus brazos tiesos como los tenía cuando cayó muerto.

         A mí también me dieron por muerto cuando empecé a girar y a girar sobre mí mismo como si fuera una borrega modorra. No sabía ya quién era. Los demás me hablaban y yo chillaba y chillaba y hasta me echaba al suelo para morderles. Empecé a no sentir nada en mi brazo derecho en el que cada día aparecían más manchas como de gangrena. Y entonces me llevaron al hospital. La cabeza se me iba. Ya en Torrero se me acercaba mi tío Ángel y yo chillaba y le decía que me dejara en paz y seguía y seguía dando vueltas por aquel patio sin sentido. No sé por qué a mí no me fusilaron aquella madrugada de mayo del cuarenta y tres junto a mi tío y a siete más.

Luego llegó una orden en que decía que nos dejaban en libertad condicional. Tenían las cárceles a rebosar con miseria y más miseria. Y con hambre y con hambre. Así es que sin saber cómo aterricé en Barcelona y el hambre me hizo espabilarme aunque nunca me dejaron estos dolores de cabeza que siempre llevo conmigo. Por aquellas calles del barrio chino me encontró un día Don Marcial y nos reconocimos después de tanto tiempo sin vernos.

         Me convenció para que acudiese por las noches a recibir clases en un local destartalado al que habían puesto un tejado y entre columnas de rasilla había montado una escuela en la que enseñaba de todo. Me miró y se dio cuenta de que no tenía más que un brazo, el que me quedaba, el izquierdo. Y cómo iba yo entonces a aprender a escribir así.

         Pues Don Marcial lo consiguió y en unos meses ya escribía con la letra girada al otro lado como hacía antes, que así, me dijo él, se queda como marcada la caligrafía de quienes siendo diestros han sido obligados a utilizar la mano izquierda sin tener más remedio. ... ... ...

/continuará/


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