Ocho "cachazas" en la ermita de Santa Ana. @cac. |
Ahí están ocho de los que son, porque no
están todos los que son. En éste sábado veintinueve último de agosto,
convocados a la cita de estos últimos ocho años, en la ermita de Santa Ana, se
reunieron diez de los diecinueve adultos vivos, nietos que fueron del abuelo
Nicolás Crespo y Leonor Jarque.
Con todas las diferencias individuales que
pueda haber entre éllos, tienen algo en común y es que son “cachazas”, porque “Cachaza”
es el apodo, el mote, con que siempre nombraron a su abuelo y eso, en esencia,
es lo que les une y lo que vale.
Se reúnen, los que pueden, con sus
parejas, una vez al año, y lo hacen aquí, en esta ermita de Santa Ana ahora
remozada.
La ermita de santa Ana. @cac. |
Aquí vinieron en romería, y aún vienen el
segundo sábado de junio los alfambrinos, como lo hicieron sus antepasados, por
honrar a la santa nombrada, compartir alimentos y empinar el codo alzando el
barral o la bota si la hubiere.
Desde el pilón que marcó en tiempo los
caminos mirando al sur con el sol de la tarde, donde los antepasados de estos “cachazas”
hincaron sus estandartes como símbolo foral otorgado a aquel cruzado iluminado
llamado Rodrigo, llegado desde las lejanas tierras lucenses de Sarria, se
enmarca la ermita, entre las soledades de la tierra rojiza que en la añada
triguera ya rindió la espiga, poca y cuasi vacía en esta cosecha.
El pilón marca el territorio. @cac. |
Desde este pilón se domina todo el territorio
donado por el rey aragonés Alfonso II a este conde cruzado guerrero como premio
a su valor destructor en la batalla que asoló el castillo de Milagro, en
tierras situadas al sur de la Navarra actual.
Le donó las propiedades signadas en la “carta puebla” de rigor y en el “Fuero”
correspondiente que escribió sobre pergamino a finales del siglo XII nominado
como “éste es el padrón de Alfambra”.
Cuando cae la tarde “los cachazas” abandonan
la ermita, se despiden con un abrazo y se citan para el próximo año. Vendrán
otra vez desde Valencia, desde Teruel, desde Zaragoza, desde las costas de
Lugo, desde el propio lugar de Alfambra, los lugares donde la vida les llevó en
busca del sustento. Volverán, y un año y otro, recordarán lo que les unió y les
une para siempre: el abuelo, la casa, los juegos cuando niños, las risas
entreveradas de trastadas, las caras lejanas de unos tiempos pasados transidos
de una nostalgia alegre.
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