Alfambra. febrero 2018. Foto Carlos Abril Fuertes |
Cada quien deja su huella en la vida. Ahí la
tienen.
Estamos en 1953. Al punto de los quince años
de haber terminado los bombardeos sobre esta cuenca del río Alfambra, tan
maltratada por los efectos de la guerra civil, el cura de entonces, César
Navarrete Cortés, ya con diez años de presencia bien recia entre esta tierra
roja y arcillosa, se siente con fuerzas suficientes para poner encima del cerro
del viejo castillo musulmán la estatua erigida en lo alto hasta hoy.
Les dejo sus propias palabras en
aquella hoja volandera que vino en llamarse por el mismo cura “La voz de la
parroquia”.
Vaya si tenía bien recia la voz aquel
mosén en aquel entonces. Voz recia y en ocasiones mano larga como conocen los
monaguillos de entonces y quienes eran sometidos al memorismo baturro de la doctrina
cristiana, porque así lo mandaba la santa madre iglesia.
Por aquella voz se grabaron en las
gónadas mentales de mucha gente comportamientos e ideas que siguieron y aún
están vigentes.
Otras voces, bien distintas, estaban
apagadas y aun muertas para siempre. Los candiles con que se alumbraban en
aquella larga noche se habían quedado sin aceite en las cárceles y campos de
trabajo donde habían sido condenados por ver si escarmentaban. Por eso, porque
todas las guerras son inciviles, y la última nuestra aún más.
Después de ciertos años y porque las
cárceles estaban abarrotadas (no se engañe nadie por otras causas) algunos
pudieron volver con sus familias a sus pueblos de origen. Eso sí, bajo la
vigilancia de la “Junta local de libertad vigilada” nombrada por el gobernador
civil de turno entre los “notables” del pueblo.
Todos los meses tenían que firmar
ante la tal junta y dejar su huella del dedo índice de su mano derecha impresa.
Les dejo la muestra de los años 1953
y 1954.
Ya ven, cada uno dejó su huella. Cada
quien a su manera. En el mismo pueblo, pero no revueltos.
De todo esto, y más, podremos dialogar
en las próximas “Conversaciones en Orrios”.
Archivo Ayto. Alfambra. |
Un texto excelente sobre una época terrible y una documentación estremecedora.
ResponderEliminarGracias, Clemente.
Un abrazo.
Javier Delgado