Mujer hambrienta, aterrorizada, entre ruinas. Pudo ser cualquier persona fuera o no "nieta de la Manchega". (Desconozco quién fue el autor que tomó esta fotografía) |
El
26 de marzo de 1951 Joaquina Marzo Sancho tenía veintinueve años, era soltera,
hacía arreglos de faldas y pantalones y volvía a poner, como nuevos, cuellos y
puños a las camisas desgastadas.
Había llegado como arrumbada por la
vida desde su natal Teruel hasta una desvencijada casucha excavada en la
piedra, pasado el Arco de la Sangre, en el barrio de hechuras judías en el
camino hacia el castillo de Sagunto.
Desde ese lugar enviaba una carta
manuscrita al capitán general de la quinta región militar ubicado en su mando
de la ciudad de Augusto.
Al mismo tiempo que pedía a Dios que
guardara su vida, la del general, muchos años, por el bien de nuestra patria.
Le decía además en su carta manuscrita
que había sido puesta en libertad por la causa número mil novecientos treinta y
nueve, aunque es posible que Joaquina confundiera el año de su proceso con el
número de causa, revueltos los aprietos que aún la rondaban cuando entonces.
Le escribía además al general castrense
que en consejo de guerra celebrado el 17 de octubre de 1944, eso sí lo
recordaba bien, había sido condenada a veinte años de cárcel porque había
prestado su auxilio a la rebelión.
Claro que no citaba para nada lo de
la justicia al revés según las palabras del propio apelado como cuñadísimo.
Concluía con que “por si por
derechos”, así decía el escrito, le alcanzara la libertad definitiva por rebaja
dada por el glorioso Caudillo.
Vete tú a saber si en aquellos
momentos del año cincuenta y uno “los derechos” del tal seguían tan gloriosos o
ya andaban algo rebajados. “Por güebos me es” se dice en el Poema de Mio Cid. Y
si el tal Caudillo, momificado aún en su cripta si algunos de “voxotros” no lo
impide, sabría que aquel “güebos me es” no significaba más que “le es necesario”
algo. Aunque ese algo lo impusiera, en este y en muchos casos, “por sus huevos”.
Lo que sí era bien cierto era que
la tal Joaquina, nieta de “La Manchega”, llevaba un tiempo refugiada entre las cuevas de
debajo del Viaducto en aquel Teruel de los bombardeos y la destrucción en el
invierno del treinta y siete. Y que para conseguir algún currusclo de pan o algo más que
pudiera alcanzar, acudía al cercano asilo de San Julián. Y allí, en aquel
lugar, la noche del siete al ocho de enero de mil novecientos treinta y ocho
fueron a parar algunos de los escapados titulados como gente de orden,
nacionalistas y aún mártires de la Cruzada que no habían conseguido cruzar las
aguas del Turia. Y como en Teruel se conocían todos y sabían de la cojera de
unos y otros en sus andares de aquel año, en aquellos días en que los rencores
y los odios se encabritaron, la sangre se heló junto a los que se quedaron
amorrados por las balas fusileras.
Aquella noche, según dice la sentencia a la que alude esta Joaquina, nieta de “la Manchega” al ser tomada la plaza de Teruel por las fuerzas marxistas, en enero de
1938, y cuando la procesada contaba la edad de 16 años –nació el 3 de marzo de
1921- se personó acompañada de unos milicianos en el asilo de San Julián, lugar
donde se encontraban detenidos varios vecinos de derechas de aquella capital y
al preguntar por uno de Cella y reconocer en él al Sr. Herrero dijo “aquí está
el Bolo”, y haciéndole levantar, seguidamente, lo puso contra la pared
obligándole a dar varios gritos subversivos y por último le amenazó con una pistola
que llevaba, diciéndole entonces uno de los milicianos que la acompañaban que
no lo matase pues ya llegaría su hora, siendo asesinado dicho Sr. a los pocos
momentos, pero al subir instantes después a buscarlo no parece ser que con el
grupo estuviese la encartada.
Total y pal caso, como decía el de
Tauste, que los militares que la juzgaron en Zaragoza aquel octubre de mil
novecientos cuarenta y cuatro, el mismo día y a la misma hora que a otros
treinta y siete más, la condenaron a veinte años de prisión, por eso, por “auxilio
a la rebelión”.
Tuvieron que pasar muchos para que
a aquella nieta de “la Manchega”, ahora ya viviendo en piso obrero del Puerto
de Sagunto, otro tribunal, también militar, le reconociera el nueve de diciembre de 1992 que
según la ley 46/77 de quince de octubre
acreditaba que los actos por los que fue condenada Doña Joaquina Marco Sancho
revistieron una clara intención política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario