viernes, 8 de marzo de 2019

Otra vez Teruel. La nieta de "la Manchega"


Mujer hambrienta, aterrorizada, entre ruinas. Pudo ser cualquier persona fuera o no "nieta de la Manchega". (Desconozco quién fue el autor que tomó esta fotografía)



   El 26 de marzo de 1951 Joaquina Marzo Sancho tenía veintinueve años, era soltera, hacía arreglos de faldas y pantalones y volvía a poner, como nuevos, cuellos y puños a las camisas desgastadas.

            Había llegado como arrumbada por la vida desde su natal Teruel hasta una desvencijada casucha excavada en la piedra, pasado el Arco de la Sangre, en el barrio de hechuras judías en el camino hacia el castillo de Sagunto.

            Desde ese lugar enviaba una carta manuscrita al capitán general de la quinta región militar ubicado en su mando de la ciudad de Augusto.

            Al mismo tiempo que pedía a Dios que guardara su vida, la del general, muchos años, por el bien de nuestra patria.

            Le decía además en su carta manuscrita que había sido puesta en libertad por la causa número mil novecientos treinta y nueve, aunque es posible que Joaquina confundiera el año de su proceso con el número de causa, revueltos los aprietos que aún la rondaban cuando entonces.

            Le escribía además al general castrense que en consejo de guerra celebrado el 17 de octubre de 1944, eso sí lo recordaba bien, había sido condenada a veinte años de cárcel porque había prestado su auxilio a la rebelión.

            Claro que no citaba para nada lo de la justicia al revés según las palabras del propio apelado como cuñadísimo.

Concluía con que “por si por derechos”, así decía el escrito, le alcanzara la libertad definitiva por rebaja dada por el glorioso Caudillo.

Vete tú a saber si en aquellos momentos del año cincuenta y uno “los derechos” del tal seguían tan gloriosos o ya andaban algo rebajados. “Por güebos me es” se dice en el Poema de Mio Cid. Y si el tal Caudillo, momificado aún en su cripta si algunos de “voxotros” no lo impide, sabría que aquel “güebos me es” no significaba más que “le es necesario” algo. Aunque ese algo lo impusiera, en este y en muchos casos, “por sus huevos”.

Lo que sí era bien cierto era que la tal Joaquina, nieta de “La Manchega”, llevaba un tiempo refugiada entre las cuevas de debajo del Viaducto en aquel Teruel de los bombardeos y la destrucción en el invierno del treinta y siete. Y que para conseguir algún currusclo de pan o algo más que pudiera alcanzar, acudía al cercano asilo de San Julián. Y allí, en aquel lugar, la noche del siete al ocho de enero de mil novecientos treinta y ocho fueron a parar algunos de los escapados titulados como gente de orden, nacionalistas y aún mártires de la Cruzada que no habían conseguido cruzar las aguas del Turia. Y como en Teruel se conocían todos y sabían de la cojera de unos y otros en sus andares de aquel año, en aquellos días en que los rencores y los odios se encabritaron, la sangre se heló junto a los que se quedaron amorrados por las balas fusileras.

  Aquella noche, según dice la sentencia a la que alude esta Joaquina,  nieta de “la Manchega” al ser tomada la plaza de Teruel por las fuerzas marxistas, en enero de 1938, y cuando la procesada contaba la edad de 16 años –nació el 3 de marzo de 1921- se personó acompañada de unos milicianos en el asilo de San Julián, lugar donde se encontraban detenidos varios vecinos de derechas de aquella capital y al preguntar por uno de Cella y reconocer en él al Sr. Herrero dijo “aquí está el Bolo”, y haciéndole levantar, seguidamente, lo puso contra la pared obligándole a dar varios gritos subversivos y por último le amenazó con una pistola que llevaba, diciéndole entonces uno de los milicianos que la acompañaban que no lo matase pues ya llegaría su hora, siendo asesinado dicho Sr. a los pocos momentos, pero al subir instantes después a buscarlo no parece ser que con el grupo estuviese la encartada.

Total y pal caso, como decía el de Tauste, que los militares que la juzgaron en Zaragoza aquel octubre de mil novecientos cuarenta y cuatro, el mismo día y a la misma hora que a otros treinta y siete más, la condenaron a veinte años de prisión, por eso, por “auxilio a la rebelión”.

Tuvieron que pasar muchos para que a aquella nieta de “la Manchega”, ahora ya viviendo en piso obrero del Puerto de Sagunto, otro tribunal, también militar,  le reconociera el nueve de diciembre de 1992 que según la ley 46/77 de quince de octubre acreditaba que los actos por los que fue condenada Doña Joaquina Marco Sancho revistieron una clara intención política.

Uno piensa que aquella intención política no correspondía a una niña famélica de dieciseis años sino a otros individuos que tenían más o menos la edad de la madre de la nieta de la Manchega.


Carta manuscrita de Joaquina Marco Sancho. ATJZ.

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