Restos de las trincheras de Castelfrío. noviembre 2019. foto cac. |
Con
la primera nevada del año me he llegado hasta Castelfrío. Ha amanecido un día
claro y el viento está en calma. El sol ilumina las tierras que vadea el río
Alfambra.
Justo enfrente al otro lado del río
donde van a parar los barrancos de este bien llamado Castelfrío queda Alfambra
y su castillo arruinado, presidido por el santocristo elevado por la fiereza de
un cura de rompe y rasga y aquí te espero pecador, que perdiste la guerra y lo
purgarás.
He querido llegarme hasta esta cota
marcada por la última guerra civil. Hasta este observatorio de privilegio donde
pasaron unos meses soldados maltrechados llegados, muchos, desde tierras en
donde solo sabían de huertas sin heladas, naranjos y algarrobos.
Se encontraron metidos en estas
trincheras picadas por ellos mismos en donde no existen más que las piedras y
las piedras.
Algunas rocas más recias les protegían
sin más cuando apoyaban su espalda mirando al este, hasta el otro lado del duro
altiplano que llega hasta El Pobo y Cedrillas y, más allá, Sollavientos, otro
nombre bien ajustado.
Las piedras, laminadas, estriadas
por los hielos, arrancadas a pico por unas manos que se iban aquebrazando por
los sabañones, formaron los parapetos de vigilancia sobre toda esta vaguada que
tengo ahí abajo, marcada ahora por los colores verdiamarillos de los chopos en
su otoñada.
Castelfrío, al fondo. 2019. foto cac- |
Por aquí, justo por encima de donde
me encuentro ahora, se tiraban en picado los aviones de aquella Legión Cóndor para
sembrar la destrucción y la muerte, mientras experimentaban las armas que les
servirían luego a Hitler y a su gente en una guerra más larga y aún más atroz.
Allá enfrente, sobre las tierras
arcillosas que llegan hasta Celadas, quedaron los lugares destruidos y las
gentes en los senderos de los andares entre barrancas.
Masadas arruinadas, partidas por el camino entre Cedrillas y El Pobo. foto cac. 2019 |
Frío y frío y hambre y hambre.
Trincheras en esta guerra que alguno
llamó de las cotas. Estas cotas repobladas luego en los años cincuenta del
siglo pasado por pinos, arrasados ellos mismos hace unos años por incendios
propagados en los descuidos de las gentes y en los rayos incendiarios de las
tormentas. Descuidados porque los incendios se apagan en verano, cuando hay que
cuidar el bosque. Descuidados también por el abandono de la ganadería extensiva
que tanto y tanto bien supone y que no hay manera que los politiquillos que
pueden no la afronten.
Es una tierra esta que clama y clama
que aquí está, que lucha de manera firme por subsistir, que no es poco.
Tierra dura y hermosa, de gentes
recias, bien tiesas sobre estas trincheras curtidas por el viento, el frío, el
sol que me da en la cara frente al valle, mientras llega la esperanza.
foto cac. noviembre 2019. |
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