Peiron, iglesia y torre campanario de Orrios. |
Aquí siempre hemos dicho “bandiar”. Ni voltear ni bandear. La fonética popular ha pronuncido siempre así.
Eran los días de la fiesta mayor, allá por los finales de los julios, cuando los tábanos taladraban la dura piel de los mulos, las chicharras rechinaban sus patas y los hombres se agachaban con la hoz en la mano, corbella han dicho siempre, y segaban a golpe de tira y va las pajas de los centenos, de los rubiones o de la espelta. Echaban la ganchada, protegían la brazada en donde rebotaban las espigas con la mano izquierda protegida por la zoqueta tallada en madera de un fresno lejano y engavillaban sobre el áspero rastrojo.
Eran los días finales de la siega. Aún faltaba el acarreo de la mies hasta las eras donde los haces, fajos dicen, eran hacinados. Luego vendría el tender la parva y el dale y venga y venga y dale de todos los días en las vueltas y vueltas con los trillos de pedernal. Y el aventeo y las prisas por salvar los cuatro granos recogidos de la tronada que se avecinaba en un dos sin tres.
Pero aquellos días del mediado verano, cuando ya la siega llegaba a su fin se celebraban las fiestas. Aquí eran en honor de santa Beatriz y los mozos, quintos de aquel año, tenían que hacer valer su hombría y la quinta de turno siempre presumía de ser más recia que la del anterior. Por eso, cuando la procesión de la santa recorría las calles llenas de polvo y guijarros ellos subían las escaleras invadidas por las cagadas de las palomas y los huevos engorados donde piaban los nuevos pichones y hacían cantar aquellas campanas.
¡Vamos a bandiar! Y allí se desfogaban. El badajo repicaba alegre, la campana alcanzaba su voz pausada, al poco los mozos sudorosos sólo sentían el zureo del viento asustado en la torre, las campanas ni sonaban, el bronce giraba con más fuerza que el badajo. “Ya la han encanao” decían los hombres entrados en años mientras seguían las filas procesionales con la boina en la mano marcando la calva blanquecina descubierta, contrastada con el color de una cara quemada por el sol de la siega.
Lo importante eran las campanas, la fuerza de aquel bandeo. A nadie le importaba si santa Beatriz había sido virgen y mártir, si había llegado desde Roma hasta aquí con sus hermanos Simplico y Faustino, si su cuerpo vino en tiempos que ni se sabe hasta estos lugares, si en Alfambra quedó su cabeza reliquiera, si en Perdiguera su cuerpo martirizado, si aquí, en Orrios, sus brazos cercenados. Como siempre y todos los años el cura de turno predicaba en la misa.
Lo que valía era el bandeo de las campanas, la alegría de la gente fundida en el bronce que voceaba con su son un aquí estamos altanero y presumido con los atributos varoniles de los mozos. Un canto, un grito a los vientos que decía un aquí estamos, aquí seguimos, vivos una vez más, bandiando con el coraje de nuestros brazos, gritando al mundo el pan que hemos ganado, reclamando al cielo que aleje las tormentas, apagando el tañido poco a poco para saborear el silencio detrás de tanto esfuerzo.
Pero en el año 1739 la campana estaba quebrada y el vicario que entonces había en Orrios recibió un escrito del maestro campanero informando del estado de la misma.
La reproduzco y transcribo aquí.
Teruel y septiembre a 30 del 1739
Muy señor mio saludo a V.M. con todo afecto y digo a V.M. que el dador de esta es Antonio Velez campanero, el que me dice el estar quebrada la campana mayor de esa Yglesia i siendo tan precisso el componerla para el mayor culto de Dios, no me queda duda alguna que el Comendador que aquí entre tomara en quenta todo quanto con su composición se gastase y mas por estar essa Enomienda vacante tres años haze que desde luego le podrá servir de mejora el referido gasto. Por lo que V.M. no se pare en eso, sino antes bien para ajustar con el dicho con todo el arbitrio posible. Dios que a V.M. (guarde) muchos años le suplica
Sr. Don Joseoh Vaguena vicario
Restos actuales de la torre de la antigua iglesia de Orrios. foto cac.
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