miércoles, 29 de mayo de 2024

Mi maestro de escuela. 1

 




                       Mi maestro de escuela. 1

 

       Él me enseñó a leer y también a escribir. Fue en la celular, cuando llegamos allí llenos de miseria. Teníamos montones de hambre. La hubiéramos cogido a capazos si hubiéramos tenido capazos. Tirábamos la camisa hecha girones al suelo y, al poco, se movía sola. Por los piojos. Allí, junto al río, detrás del convento de las monjas, las Anas, también cárcel, amontonados todos, acurrucados en el suelo.

 Ni colchoneta ni nada. Suelo. De tierra. Húmedo. Y hambre. Nos rodeaba el hambre. Los barcos no llegaron. Nos quedamos atrapados. En el puerto de Alicante. Y luego en Albatera. Antes de que nos llevaran a la plaza de toros.

Don Marcial decía entonces que al menos en las noches veríamos las estrellas y podríamos soñar. Soñar con los ojos abiertos.

Y allí fue cuando comenzamos a leer. Tenía Don Marcial sólo lo que le quedaba de un viejo lapicero. Rellenaba la tarjeta obligada, el único papel en que podía escribir una sola carta cada quince días a sus hijas y a nosotros nos escribía con aquel mismo lápiz y sus dedos en el albero de la plaza, sucio y lleno de los excrementos esparcidos por los presos. Luego fuimos juntos a Santa Clara. Fue allí donde organizó la escuela.

Mientras, esperábamos la sentencia de un juicio del que no sabíamos de qué éramos acusados. De auxilio a la rebelión o apoyo y participación en la misma. Aquello de la justicia al revés. Y nos caían las penas.

Algunos desaparecieron para siempre en las sacas de las madrugadas. Oíamos los disparos atropellados de los piquetes. Y luego los tiros aislados. Los de gracia, decían. Y ya no volvían.


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