Me llega un tríptico con una invitación a
participar en la “XII Encomienda de Montegaudio”.
Un poco de historia.
En el año 1174
el rey Alfonso II (rey de Aragón, conde de Barcelona y marqués de Provenza)
dona, en régimen de Encomienda, al conde Rodrigo de Sarria la villa de Alfambra,
con todos las tierras que vierten sus aguas al río del mismo nombre situadas
entre lo que hoy se conoce como masada de los Alcamines al norte, el paso del
río junto a la masada del Altico al sur, la sierra Palomera al oeste y el alto
de Castelfrío al este.
El tal conde Rodrigo había fundado unos años antes la
orden militar de Monte Gaudio.
Casi de
inmediato la orden citada desaparece de Alfambra debido a desavenencias entre
los frailes guerreros. El rey entrega por breve tiempo el mismo territorio a la
orden del Santo Redentor, y, ya en 1196, Alfonso II decide que Alfambra y sus
tierras pasen a los templarios.
Cuando desaparece la orden del Temple, la Encomienda de Alfambra,
dependerá de los caballeros sanjuanistas, hasta mediados del siglo XVIII, en el
inicio de las desamortizaciones. (Véanse los docuemtos originales que adjunto).
Novecientos cuarenta y dos años después de que
aquel gallego de las tierras de Lugo aceptara la donación, las gentes de
Alfambra celebran una fiesta en la que no faltan músicas medievales,
estandartes enarbolados, representaciones teatrales, trajes enjaezados, jaimas
cuadrilleras, juegos de antaño, labores tradicionales, exaltación de la fuerza
fálica con su chopo hincado y la subida, con la siempre luna llena del sábado
pascual, hasta el cerro testigo de arcillas rojizas que preside el pueblo.
Se asciende hasta el cerro por el camino
empinado, hoy asfaltado, que un cura iluminado hizo cavar a golpe de pico para
entronizar una réplica del corcovado de Río de Janeiro. Allí, las gentes
alfambrinas, llegadas con sus antorchas encendidas escuchan, a quien ha sido
nombrado Comendador festivo, la lectura de algún pasaje del Fuero con que se
rigió antaño la villa.
Con el tríptico en la mano observo que la
fiesta ha sido declarada de interés turístico y que ya no se anuncia como “Subida
a la Encomienda” de años anteriores, sino como “Encomienda de Montegaudio”.
Algún
espabilao que se arroga autorías intelectuales se sacó de la manga
que los alfambrinos subían al cerro para pagar sus tributos al Comendador de
turno el sábado de Pascua. Nunca fue así. Basta con conocer los abundantes documentos escritos,
depositados en los archivos, y constatar las obligaciones que los vasallos
humillados tuvieron a lo largo de la historia con los señores de horca y
cuchillo (mero mixto imperio) que disfrutaron de los bienes de esta “Encomienda
de Alfambra”.
Por
cierto, sólo algún Comendador y en alguna ocasión, a lo largo de seiscientos años, apareció por este lugar.
Eran sus representantes, procuradores y alcaides quienes tomaban posesión en su
nombre, y lo hacían en el portechado de la que fue ermita de Santa María
Magdalena, enclavada en el lugar donde se encuentra la iglesia actual, y luego
en la que fue Lonja, hoy desaparecida, situada en el lugar que hoy ocupa la
Casa de Cultura.
Los
únicos que subíamos siempre al cerro, para jugar entre las ruinas del castillo,
éramos los niños, zagales dicen allí, nacidos antes de que existiera ese camino
que el sábado de Pascua próximo se volverá a iluminar con las antorchas encendidas,
mientras en las tierras de alrededor sonarán los golpes de los bombos y
tambores bajo la luna siempre llena del sábado de Pascua.
Alfambra en 1948. Fotografía de López Segura. |
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