El Capitolium de Toulouse. @cac. |
… y me encuentro con lo mismo de hace diez
días.
Hartazgo de la
maloliente femera política española llena de corruptos e incapaces a la espera
de lo que caiga de la oligarquía de siempre. Y la intoxicación asfixiante que
nos espera por medio de los periódicos, radios y televisiones.
Toulouse. La ciudad rosada, acogedora
de gentes españolas cuando tuvieron que salir a la desesperada en el inicio de
su exilio tras la última guerra civil. Hoy los descendientes de aquellos
españoles ya en su tercera o cuarta generación, conviven con los antiguos
occitanos francés y con los no menos franceses hijos y nietos de norteafricanos
del Magreb, caribeños de las Antillas, gentes cuyos antepasados fueron esclavos
en los enclaves de Gabón, de Benin o de Senegal y hasta africanos de la otra
costa llegados de la isla de la Reunión. Todos ya franceses de hecho y de
derecho. Y junto a ellos los más recientes venidos cuando han desaparecido las
aduanas europeas y atraídos por la internacionalización del Airbus se mezclan
de manera híbrida en las escuelas, en los comercios, en el trabajo, en la
calle. El color rosado de los edificios de Toulouse ve pasar por sus bulevares
a todas esas gentes que van a su trabajo diario con su negritud, con sus rasgos
orientales, con sus pelos rasteados, con su hiyab en la cabeza, con su palidez
blanca en el rostro.
He estado allí diez días, con mis
nietos nacidos en Francia, escolarizados con los hijos de todas esas gentes en
una escuela pública y laica, caminando con ellos en sus vacaciones racionales
escolares por las calles y aceras de Toulouse, en ocasiones descuidadas, sin
contenedores apropiados y algo sucias, salpicadas de las firmas de los perros
porque sus dueños no recogen jamás las mierdas que dejan.
He estado allí diez días, por la place
Capitol, por las orillas del canal del Midi, por los Jacobinos, por el bulevar
Alsacia-Lorena, por las abundantes librerías bien surtidas y agradables, por
Saint Serenin, por las calles centrales de Taur y Esquirol, por barrios más
lejanos tras la Barrière de Paris, por la zona universitaria y hospitalaria,
por Blagnac y las instalaciones aeroportuarias, por bloques de viviendas
obreras cercanas a barrios tradicionales de casas respetadas por la especulación
que tantos años nos invadió en España, por la ribera del majestuoso Garona que
viene desde Arán, por las calles rotuladas en francés y en occitano.
He dejado a mis nietos cuando ha
comenzado de nuevo la escuela, he regresado después de los días de lluvia y
nieve por el siempre hermoso valle de Aspe, con toda la cadena de los Pirineos
blanca en este invierno sin frío, he recordado en la estación de Oloron a esos
miles de refugiados españoles salvados y también llevados a campos de
exterminio, he seguido el curso del tren que unió Aragón con Aquitania hasta
mediados los años sesenta pasados, he visto cómo los raíles ya han llegado
hasta Bedou y el próximo año el tren llegará hasta allí.
Cuando salgo del túnel de Canfranc el
sol español me da de lleno. Ayer nevó y queda nieve en las cunetas y laderas.
Oroel me marca el camino como un gigantesco león en reposo. Asciendo las curvas
de Mont Repós y en el zigzag veo de nuevo los Pirineos, con nieve, blancos.
Y me doy de nuevo y otra vez, al poco,
con la negrura de esta maloliente femera política. ¿Es que nunca tendremos
remedio?
Mis nietos, León y Max, en un rincón de la librería Ombres Blanches. @cac. |
El río Garona a su paso por Toulouse. @cac. |
Columna y techumbre de los Jacobinos. @cac. |
Cancha de baloncesto y barriada obrera. Toulouse. @cac. |
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