sábado, 19 de marzo de 2022

José. Orrios. 93 años.

 

 

José, 93 años.

 

                  Me dice que todas las noches sueña que se le escapan las ovejas. Por eso hoy, cuando cumple 93 años, le he llevado un pequeño perro de peluche. Por ver si consigue entrar entre esos sus sueños revueltos y le ayuda a sujetar el rebaño que se le ha vuelto rebelde.

            Cuando comenzó el aislamiento de este bicho pandémico que no acaba de terminar y nos sujeta tras las mascarillas llegó junto con su mujer Araceli hasta el piso del barrio de Torrero, protegido con el afecto y el calor de sus hijos y nietos que por aquí habitan en un lugar cercano.

            Por estos mismos lugares que puede ver desde la soleada terraza anduvo con el morral y el mosquetón al hombro cuando le tocó arrastrar las botas camineras en los momentos de su obligado servicio militar. Un poco más debajo de donde ahora está sentado, mientras dibuja en una libreta que le ofrecieron sus nietos, estaba el cuartel llamado de san Fernando, del que ahora no queda más que la simbólica iglesia rodeada de los edificios de los servicios generales del ejército.

            Todos los días que el cierzo o los arreboles de este marzo que ahora mismo se ha puesto marceador le dejan sale a dar un paseo por la explanada junto al edificio de la vieja cárcel y aún se llega hasta la pinada cercana a la tapia del cementerio. Siempre se apoya en su garrote de olmo que se trajo desde Orrios.

            Por estos andurriales de entonces y ahora apiñados de gentes que llegaron aquí con las migraciones de los años sesenta pasados no había más que matojos arreñales por donde los pastores se acercaban hasta las puertas de una Zaragoza limitada por el canal que separaba los montes yesíferos de la ciudad.

            Desde aquellos años de su obligado cumplimiento militar no había salido de Orrios. Lo hizo por primera vez cuando aún sin cumplir los nueve años tuvo que escapar evacuado con sus padres y sus hermanos desde Orrios hasta Torremocha. En aquellas navidades del año treinta y siete al treinta y ocho cargaron el carro con dos sacas de harina que tenían en casa, media docena de gallinas, un capazo de conejos y el puerco que ya andaba en carnes para la matanza y, arropados con todas las mantas que pudieron, comenzaron la huida que les protegiera de tantas y tantas bombas y tanta y tanta metralla como les cayó cercana. Pudieron haber muerto todos capuzados sin remedio de protección entre las carrascas y algún peñasco cercano a la sierra Palomera. Su hermano mayor Juan ya había sido reclamado para ir a la guerra y su hermana Isabel moriría al poco de que los tiros y las explosiones pararan, después que los fríos le apelmazaron los pulmones y la dejaron en el cementerio cuando aún no había cumplido los siete años.

            Ya no salió de Orrios hasta cuando se casó y se fue con su mujer Araceli hasta Valencia donde su hermano Juan se había marchado emigrado. Una breve estancia de luna de miel según decían y vuelta a Orrios donde, trabajando más horas de las que dan los días, el matrimonio luchó y luchó en el trajinar de las tierras baldías de estos lugares que no dan más que lo pueden y aún si las aireas labrando y labrando en año y vez y por aquellos cerros ramonean las ovejas un día y otro. Y otro y otro mientras José las cuida y se va haciendo con un rebaño que selecciona. Días y días y años y años de dale y venga y venga y dale, levantando un corral, construyendo una paridera, arreglando las comederas, sacando la sierle a golpe de horquilla, amamantando los recentales de corderos, saliendo adelante criando a sus hijos. Todo con esfuerzo y más esfuerzo. Y contento siempre con la cara al cierzo y a lo que se tercie.

            Los años han ido pasando, las fuerzas se han ido acabando, la tierra lo acogió un par de veces cuando el corazón le avisó diciendo que parara y un marcapasos le ayuda en sus sueños desbaratados de todas las noches aquí en Torrero, mientras se le escapan las ovejas y espera en esta Pascua cercana volver a su casa de siempre, la que también levantó con esfuerzo en Orrios, el lugar de su vida.

            La vida que nos dio hace ya ahora noventa y tres años a quienes conocemos a este José, hombre bueno.

Araceli y José.

 

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